Somos animales diurnos. Quizá por eso, con nuestro ansia por cambiar y adaptar todo a nuestro gusto, hemos convertido las ciudades en lugares a los que nunca llega la noche. Las farolas, los luminosos de los casinos o las bombillas olvidadas han tomado la calle.
Y en esta invasión lumínica se han encendido ciudades a costa de apagar otra cosa: el cielo. Ver estrellas cada vez es más complicado, disfrutar mirando arriba una tarea casi imposible. Es la contaminación lumínica. Vente a apagar luces. Vente a encender estrellas.